En estos pocos años
que me desenvuelvo en el oficio periodístico, y al mismo tiempo participando en
política no partidaria, he conocido a personas de todo tipo. Gente honesta,
respetuosa y con principios muy claros. Gente admirable por su capacidad intelectual
y sobre todo por su consecuencia con sus ideales, de quienes aprendí muchísimo
en estos últimos años. Personas que definitivamente también influyeron mucho en
mi formación y en mi carácter.
En el ambiente de
participación política conocí a un grupo de jóvenes y adultos. Indiscutiblemente
aprendí más de la generación con más años. En el camino hice amigas y amigos de
ambos lados. Con los jóvenes compartíamos largas horas de debate, discutiendo de
algún tema en común, por lo general de política. Existía mucha discrepancia,
pero siempre con argumentos que nos permitían aprender cada día más de unos y
otros.
Coincidíamos en un
aspecto importante de la política: debíamos impulsar el cambio. Era un
compromiso. Promovíamos los valores democráticos, éticos, respeto, tolerancia,
ciudadanía, coherencia, etc. Asistíamos a un sinnúmero de capacitaciones dentro
y fuera de la región. Algunos tuvimos la oportunidad de ganar algunas becas
para reforzar nuestros conocimientos. Un buen grupo de jóvenes asumimos
compromisos que hasta ahora siguen vigentes.
Organizamos cursos,
talleres, debates entre candidatos a algún cargo público, ferias educativas,
foros, conversatorios, etc. Una serie de actividades con el fin de promover y
convencer de que sí era posible cambiar la política al cual nos habían
acostumbrado, la misma que algunos todavía la rechazamos. Y así fue. Ahora el
grupo ha crecido, se ha renovado y aún tenemos la esperanza de cambiar y poner
la política al servicio del pueblo. Esta coyuntura electoral nos pinta un
ambiente sombrío para quienes creemos en los principios, en la consecuencia
como valores ciudadanos.
Y justamente por eso debo
decir con mucha pena y lástima que algunos jóvenes, a quienes consideré mis
amigos, ahora los veo embriagados con los cócteles del oportunismo. Con las
idas y vueltas de la doble moral, y tan frívolos con plata como cancha. Otros
que con biblia en mano y en nombre de Dios se van con su estrella opacada por
la corrupción. Amigas y amigos con quienes siempre hemos criticado y asqueado
estas formas de politiquería. ¿Qué diablos les ha pasado? No lo sé. Asumo que
nunca lo dirán por vergüenza, aunque para ser sincero ahora dudo mucho que
conozcan ese sentimiento.
En años anteriores
este grupo de jóvenes se indignaban cuando veían a un candidato/a acusado de
corrupción postulando a algún cargo, ahora los veo pegando sus afiches de
campaña, alzando entre hombros e invitando a votar por ellos. Defendiendo a
capa y espada lo que antes en un momento de sobriedad criticaban y rechazaban
tajantemente. ¿Con jóvenes así, de qué cambio estamos hablando?
Las campañas
electorales, entre otras cosas, nos muestran el oportunismo y la doble moral de
la gente. Jóvenes que antes predicaban
el cambio y la renovación de la política
para ponerla al servicio de los demás, con decencia y consecuencia, ahora se
alquilaron o vendieron al poder de turno, o al candidato con la mejor oferta,
son los que más daño causan a la democracia. Exigen a otros candidatos o
candidatas lo que ellos no pudieron cumplir. ¡No me jodan hipócritas!
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